jueves, 12 de mayo de 2011

Propuestas de Misal Romano

Después de un prudencial tiempo, reflexionaré de la Pascua. Pero no sobre ella como el misterio de la Resurrección (maravilloso misterio que nos garantiza el triunfo) sino de las lecturas de estas semanas de Pascua. En particular pensaré como se comportaron los discípulos luego de su Pentecostés.
El Misal Romano nos propone leer luego del domingo de pascua los Hechos de los Apóstoles. Y cómo buen católico, lo hice. Allí narra las “aventuras” de los padres de la Iglesia. Nos explica como vivieron ellos el Evangelio del Buen Dios, como encarnaron la profecía en la tierra (otra encarnación más de Tata Dios).
Estos son algunas de las conclusiones que saqué luego de algunas semanas concentrándome en las lecturas de Hechos (las propuestas en el Misal Romano):
Efectivamente, luego del paso de Jesús por Palestina, sus discípulos comprendieron el mensaje “comunitario” de Dios. ¿Qué significa esto? Entender al hombre como un ser definido por el entorno, su comunidad. Para los primeros cristianos el hombre no es un individuo, sino que se define por la relación  que comparte con los otros hombres. Esas relaciones pueden ser muchas: de explotación, de contradicción, de indiferencia, de odio, de dominación, de jerarquización. La relación que establezca ese hombre con el mundo (junto con su unicidad, su “aura” si Benjamin me permite) formará su identidad, su forma de vida, sus estructuras de pensamiento y de consumo.
La unicidad de cada ser, es responsabilidad de Dios. El crea cada individuo con un sentido y valor en si mismo. De ello no nos debemos preocupar. Pero para descubrir, entender y construir nuestra identidad, debemos ponerla en juego con identidades ajenas. Y de cómo sea ese juego de identidades denpende de la relación que establezcamos entre los hombres. Las comunidades y las sociedades que formemos. Esa responsabilidad –la de crear comunidades- Dios se las dejó a los hombres, para que sean libres. Pero nosotros, estúpidos, optamos por construir relaciones de dominación (que perduran hasta nuestros días) creando vidas estériles y pecaminosas.
Sin embargo Dios, que es bueno y paciente, no se rindió en cumplir su Profecía. Entonces a través de Jesús (el mismo Dios hecho profeta) le propuso a los hombres (como el Misal Romano en estas semanas) nuevas formas de relación y de vida entre ellos. La relación será ahora la hermandad. Ser hermanos de los hombres.  Y los discípulos primero entendieron esto para formar las primeras comunidades cristianas, de las que nació nuestra Iglesia. (O haciéndolas entendieron el mensaje de Dios).
Queda bien claro en el texto bíblico: “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.” (Hechos 2, 42-47).
Ellos aprendieron esta forma pastoral de Jesús, y la aplicaron a sus vidas. Con este texto, queda demostrado que la hermandad de la que habla Jesús es espiritual, pero también es material (ni Él ni éstas comunidades son fantasmas). La base de la repartición de bienes será la de los buenos hermanos: “a cada uno según su necesidad”. Las comunidades cristianas son un registro majestuoso de un “comunismo de consumo”. Si bien, no se sociabilizan los medios de producción (de modo que todo lo que se produzca seguirá siendo fruto de la dominación, al menos por fuera de la comunidad) el consumo se reparte “a cada uno según su necesidad”. Creo que es el ejemplo más lindo y a la vez claro que podemos tener de humanidad. Y todo eso sin derrocar definitivamente a los Césares  –aún-.
De modo que el amor fraterno que aprendieron del Jesús histórico, los hizo modificar sus formas de vida, sus organismos políticos, su economía, para poder vivir “como Dios manda”. Decidieron apartarse de una Sociedad polarizada entre oprimidos y opresores, para hacerse una comunidad de hermanos, horizontales y piadosos, siguiendo las enseñanzas que los apóstoles les contaban de Jesús, lo que recordaban de cuando vivieron con él. Aunque no lograron independizarse de la sociedad que les brindaba con  mecanismos injustos –lucro, explotación- los productos que consumían. Quizás sea esta la próxima transformación que debamos llevar adelante los cristianos. Una sociedad compuesta por comunidades de base. Una sociedad justa. No lo sé.
La pregunta puede ser ahora: ¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo llegamos adónde estamos partiendo de un principio tan noble y humano? Ya me centraré en esa reflexión, ahora pensaré en otras cuestiones afines.
No podemos dejar de aprovechar una actitud que se desarrolla durante todos estos pasajes. Estos profetas de Dios, se la pasan en cana de tanto en tanto, discutiendo, peleándose con sacerdotes, maestros de la ley y otros tantos poderosos. Y en varias oportunidades es el apoyo popular lo que los salva del encierro. ¿Cómo entenderlo?
Juan nos habla antes sobre esto: “Pilato trataba de ponerlo en libertad –a Jesús- . Pero los judíos gritaban: «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César. (…)Pilato dijo a los judíos: «Aquí tienen a su rey». Ellos vociferaban: «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿Voy a crucificar a su rey?». Los sumos sacerdotes respondieron: No tenemos otro rey que el César”.
Los judíos querían al César, ¿porqué después apoyan a los apóstoles? Obviamente ni todos los judíos querían la muerte de Jesús, ni todos querían la libertad de los apóstoles. ¿Que quieren decir los evangelistas?
 Jesús vino a traer la libertad de Dios, pero gran parte del pueblo judío quería mantener la opresión del pecado y del César. “No tenemos otro rey que el César”. Es muy claro. Seguramente Juan pensaba en todos aquellos que estaban cómodos –aunque infelices- con el régimen, representados simbólica y políticamente por los Sumos Sacerdotes. Su temor a la libertad los cegaba tanto que negaban al mismo Dios presente. No podían creer que Dios estuviera con el pobre, con el sufriente, con el oprimido, por eso lo negaron. Por que ellos eran fuertes, poderosos, lindos, ricos. Si Dios no era un Rey como ellos, no era Dios. Un opresor cómo el César parecía un Dios más posible, porque estos hombres querían hacerlo a su imagen. Roma, la prostituta, será el dios de las prostitutas.
Estos son los que entregan a Jesús. Hombres y mujeres que le temen a la libertad de los hijos de Dios. Que le temen a ser creativos, a lo nuevo. Que le temen a los ojos de Dios, que el temen a sus hermanos, al amor. Que prefieren ritos cristalizados y decadentes al amor del prójimo, que le temen al dolor, y ofrecen el sufrimiento ajeno para no vivirlo, le temen a la incomodidad. Que no se arriesgan por miedo al castigo. Todos ellos prefieren por rey a un César y no a un Cristo. Todos libres de elegir la muerte como pastor. Y todos lo hacen.
Tenemos esta realidad y Lucas en Hechos nos muestra como responden los discípulos frente a los poderes del pecado. Ellos, cómo los judíos cómodos, tenían miedo y guardaron sus enseñanzas para si mismo. Tuvo que ser el Espíritu Santo quién descendiera y les diera el valor para vivir y entender la militancia de Cristo. Así salieron de sus cómodos temores, y, como nuevos cristos, se hicieron pobres con los pobres y sufrientes con los que sufren. Caminaron, se encontrar, se abrazaron, se encontraron. Y así construyeron, caminando, poder popular. Benditos los pies del que anuncia la paz, pues esos pies salieron a buscar al pecador, al sufriente, y se encontraron y se amaron. Y se hicieron hermanos. Compartieron su suerte y su pan. Desde el encuentro de base, desde la comunidad de base, se hizo poder popular. Desde abajo, pudieron frenar a los Sumos Sacerdotes que los querían tras las rejas.
A los discípulos la Pasión les trajo otra lección. Si antes dejaron que los poderosos ningunearan a Dios, ahora no lo permitirían más. El Cordero debía derramar su sangre, para salvar a la humanidad, y así fue. Ellos también lo harían, pero ya no con miedo a los grandes. Ahora usarían sus cruces para enfrentar a los poderosos. Para amar a estos pecadores de la comodidad y vencerlos por amor. Ahora confiarían en que por su entrega a los pequeños, no podría pasarles nada. Y que por esa entrega, no podían morir nunca más. Tal como Jesús.
Así actuarán en los pasajes de Hechos (propuestos por el misal Romano). De ahora en más anunciarán a Dios, sin importarles ningún mal del mundo, ningún poder de este mundo. Por que ellos, son enviados de otro lado. Por eso cada vez que vean a un paralítico, le darán lo único que tienen, su fe y su suerte. Con el encuentro se salvarán. Y ahora será un hermano quien los defenderá contra el César. Dios, y sus profetas, construyen desde abajo, desde lo imposible.
Me pregunto hoy, dos mil años después: ¿Qué comunidades estamos construyendo? ¿Qué fraternidades construimos en nuestras Parroquias? ¿Qué sociedad estamos haciendo? ¿A qué Dios estamos adorando y a qué César estamos pidiendo? ¿A qué Roma miramos? ¿Cuál es la Iglesia que queremos y cuál es la que tenemos? ¿Cuál es la Roma de nuestro Misal?
Mucho tiempo invierto en pensar cómo reconstruir esta Iglesia que perdimos, qué nos robaron. Cómo dejar de mirar al César como verdadero Rey. Cómo amar a Jesús. Cómo vivir como los discípulos hoy. Cuál es la Roma que nos esta guiando.
Cuando me entristezco pienso que aunque el misal sea romano, todavía hay un Pilato que quiere liberar a Jesús. Que nos enseñan “al Hombre” y que lo proclaman “Rey de los Judíos”.
Le pido a Dios que en nuestro Pentecostés el Espíritu descienda sobre nosotros y nos dé el valor para rechazar al César y amar a nuestros hermanos en Jesús. Para rechazar las comodidades que nos da Roma y abrazar al postergado y al pobre. Cómo San Francisco. Y que nos dé la fuerza para ayudar a convertir al Pilato que nos enseñó por vez primera el rostro sufriente de Jesús.