lunes, 11 de abril de 2011

La militancia del misionero.

Si me preguntan sobre cuál es la misión de un misionero –cosa que pueden no hacer también- tendría que pensar un momento. Luego diría que es aprender a enamorarse. Como bailar, actuar, cantar, escribir, enamorarse también es algo que se aprende.  Aprender a enamorarse de cada ser (aunque jamás concluirá ese aprendizaje, o por lo menos no por estos pagos).
Si aceptamos esto, tendremos que ponernos a pensar sobre el aprendizaje. Lo haré. El aprendizaje es, creo yo, la construcción de conocimientos nuevos, que encuadren en una especie de “género”, podríamos decirles. Es decir, que hay muchos tipos de conocimientos, con protocolos constitutivos distintos, y con características y clichés distintos. Cada conocimiento debe poder identificarse en algún “género” o tipo. Conocimiento científico, filosófico, artístico, empírico, espiritual, distintos conocimientos, distintas lógicas que nos atraviesan. Por eso es, quizás, tan difícil contrastar y polemizar conocimientos de procedencias distintas, porque son lenguajes distintos. No voy a negar la intrínseca interdependencia entre estos campos del saber, pero cuando en una discusión es ignorada esta consigna, se puede transformar en una pelea de sordos –si me permiten la burda metáfora-.
Pues bien, el conocimiento se construye, es particular, contingente e intransmisible. Cada ser humano construye su propio conocimiento, con las palabras que conoce, las representaciones que tiene, sus experiencias, su circunstancialidad histórica. Pero fundamentalmente todos construimos nuestro conocimiento conforme a nuestros intereses. Intereses y definiciones de la realidad conviven en una lucha dialéctica y con ellas constituimos nuestros conocimientos, ideas, ideologías y a partir de allí nuestra aproximación e  intervención en la realidad.
Si aceptamos todo esto, aceptaríamos –y aquí me impongo burlonamente- que ningún conocimiento se enseña, sino que se aprenden. Cada persona puede comunicar su conocimiento, escribirlo, exportarlo, externalizarlo, expresarlo y brindárselo a otra persona. Lo que no significa que lo enseñe, aunque si lo muestra. La otra persona tendrá que tomarlo, deconstruirlo, cuestionarlo, aceptarlo, negarlo, manosearlo, entenderlo y recordarlo para poder aprenderlo, y así crear un conocimiento nuevo –aunque pueda o no ser parecido al de su autor-. Aprender a un autor no significa que tenga su conocimiento, sino que construí mis propias representaciones sobre éste, a tal punto de poder dar clases sobre él y ser un gran educador –no es mi caso por cierto-. Pero sabiendo que cada educando, construirá su propio conocimiento a partir de las representaciones mías que yo le brindo. Sin pretender ser reduccionista, podríamos tratar de entender la enseñanza como la producción de “estímulos” específicos para echar a andar todas las operaciones que debe realizar una persona para aprender.
Es por eso que las clases pueden ser de mil maneras, opresivas u horizontales, divertidas o aburridas, y uno puede aprender igual. Por suerte, Tata Dios nos dio un espíritu crítico que es muy difícil de ahogar. Aunque es cierto que hay estímulos estimulantes y estímulos represivos. Y muchos hermanos caen en esa trampa y dejan pudrir es don.
Explicitando todas estas cuestiones repito: misionar es aprender a enamorarse de cada ser. Buscar cruzarse con todos los estímulos específicos o generales que desaten en uno el deseo de amar. Pero buscarlo, esforzarse. Porque uno no se enamora porque si, lo construye. Como todo lo que es humano se construye, y eso precisa de mucho esfuerzo.
La militancia que tiene que tener el misionero es la de amar. Esforzarse por amar. Y tratar de encontrarse, genuinamente, con cada persona que pueda (generalmente no son muchos) y amarla. Así se aprende y se enseña a amar. Jamás en la soledad de los libros.
Si uno piensa en el cristianismo, o por lo menos en sus ideas, el amor debe estar anclado en algunos intereses y convicciones. El primer interés es el de la pobreza. El primer principio para amar es, según entiendo, hacerse frágil, pequeño y débil. Lo que no significa subordinarse al poderoso, sino que es ponerse del lado del que sufre, lo que siempre implica sufrir con él. Nadie que nunca haya estado oprimido entiende lo que es la opresión. Pues para liberar a un oprimido, se puede interpretar, hay que sentir y vivir con él. Efectivamente ser como él. No se puede construir poder popular si uno no es popular. Así lo entiende el cristianismo y así lo entendió Dios. No es darle unos mangos al pibe que pide en la calle, sino sufrir con él y como él, para ayudarnos juntos. Para emanciparnos, tenemos que hacerlo todos juntos, se dirá por ahí.
Entonces el primer interés del cristiano debe ser el de los pobres, postergados, enfermos, débiles, oprimidos, olvidados, marginados, olvidados, desamparados, porque ellos son los preferidos de Dios, y los que tienen la llave de la liberación. Y para amarlos, hay que compartir su suerte. Entenderlos es sentir como ellos. Y si realmente sentimos como ellos, es muy probable que deseemos lo mismo que ellos. Así lo vio Dios, y por eso se Encarnó, para sufrir la peor de las muertes, y la más injusta. Para poder entender al hombre y amarlo. Dios quiso ser el Hijo del Hombre, y así lo hizo. Viviendo y sufriendo con los más desprotegidos aprendemos sus interesas, los deseamos y los construimos en realidad. Así se puede emancipar. Pero sin perder de vista jamás, la mirada crítica, emancipadora y trascendente de Jesús.
El segundo interés y principio es el de la libertad absoluta de los hombres. Respetarla y construirla. Esa misma libertad es el regalo de Dios. Libertad y libertinaje. Si Dios le permite al hombre hacer el mal (le dio la libertad y el poder de hacerlo que éste quiera) debemos entender que para Él es fundamental, y si es así, debemos respetar la libertad de cada ser por más que esté contra nuestros intereses. Los misioneros debemos tener como interés principal que todos los hombres sean libres, aunque sepamos que no es posible en la materialidad que vivimos y aun menos en la represiva Sociedad que tenemos. Los misioneros debemos siempre militar para que cada vez sean mayores las libertades individuales y colectivas de la mayoría de los hombres, respetando la libertad de las minorías, pero no dejando que estas minorías –sobre todo las económicas- se impongan. Y jamás debemos apoyar leyes represivas, porque así ama Dios, y es el deseo de los misioneros amar como Éste.
Y por último tenemos una definición de la realidad, que debemos cumplir a rajatabla. Sobre la cual tenemos que sostener toda nuestra interpretación y justificación del mundo. Somos todos hijos del Buen Tata, y entonces somos todos Hermanos. Al crear Dios el mundo lo creo sin pensar en la propiedad privada. Lo hizo para todos sus hijos. Y nos hizo a todos hermanos sin distinciones jerárquicas, todos reyes, pequeños, del Reino de Dios. Todos sabios, sacerdotes y profetas de la mirada buena del padre y del amor de nuestros hermanos. Un corazón con mil cabezas, mil cuerpos, mil opiniones y mil discusiones. Pero con comida y fuego suficiente para que cada uno pueda ser pleno. Dios amó y creó a cada ser cómo único y particular, y así también tenemos que hacerlo nosotros misioneros, sin distinciones de ningún tipo, pero valorando y amando la particularidad de cada ser.
Si logramos combinar estas tres difíciles líneas que nos sugiere el Tata, entenderemos y viviremos su amor. Sabremos luchar por los Hombres. Pan y libertad, juntitas y para todos. Y entenderemos que para lograrlo tendremos que pelearnos y enemistarnos con muchos sacerdotes, muchos sabios y filósofos.  Y por sobre todo tendremos que sacar a patadas a todos, o muchos, de los mercaderes del templo. Y es así. Pero siempre amándolos.
Y aquí entra en escena otra definición de la realidad que tenemos los misioneros: la trascendencia del alma. Esta idea muchas veces es dejada de lado en el fervor de la militancia (y así lo demuestra Sabato) racionalizando, enfriando y achatando la complejidad de la existencia de cualquier ser. Todo lo espiritual es mierda concluyen algunos. O por el lado contrario sobrevaloran esta dimensión –fundamental del pensamiento religioso-  y la acompañan con una perspectiva individualista de la Salvación -“Salva tu alma”- convirtiendo el amor libertario del Buen Dios, en el opio de los pueblos. Ésta es una importantísima contradicción que debe enfrentar todo misionero.
Nadie puede negar que dentro de la materialidad que vivimos es imposible ser completamente libre o amar completamente, es cierto. Por lo menos no es posible ser absolutamente libre dentro de las sociedades que, hasta ahora, conocimos por la historia. Amar a su vez es elegir priorizar al otro antes que a nosotros mismo, por lo que limita también nuestra posibilidad de libertad. La Fe permite al misionero creer, sin ningún justificativo racional, que hay otra vida –Plena y Eterna- en la que es posible ser completamente libre y amar completamente al mismo tiempo y en el mismo lugar. No sabemos cómo, pero creemos que Dios se las ingenia para que pueda. Supongo que el que llego hasta aquí comparte esta Fe, o desea muy profundamente criticarla –si es así nunca la entenderá, así que limita mucho sus posibles opiniones-, así que, no estoy diciendo nada raro.
Múgica (en algún momento tenía que citarlo) opinaba que Jesús, a lo largo de los Evangelios, milita siempre por el Reino de Dios, y no por el mundo próximo que tenemos, de esta materialidad. Su militancia constaba casi exclusivamente de comunicar, trasmitir y expresar imágenes y verdades de Dios. Ese era su trabajo. Enseñar el amor del Dios y amar a los hombres, luchaba para ese Reino de plenitud dónde sea que esté. Entonces era una militancia espiritual. Él sabía que la felicidad del hombre nunca podría ser completa, y tenía que explicarle que la liberación última no está en esta materialidad, y que esa es un hecho, por el que hay que trabajar mucho. En un punto podemos decir que era un trabajo espiritual-intelectual porque el “enseñaba” a Dios. Como lo puede hacer cualquier autor con sus libros, como lo hace Marx en El Capital, según el propio Mugica.
Sin embargo, mientras Jesús trataba de construir nuevas representaciones de Dios, transformaba esta materialidad. Creer que la espiritualidad no modifica la aproximación que cada uno tiene al mundo es muy iluso. Jesús intentó cambiar las relaciones interpersonales. No se preocupó, es cierto, por las relaciones de producción, por ejemplo, de su sociedad, pero inspiro nuevas formas de vida. No se preocupo por decir como debían ser las familias, pero construyo nuevas familias. Él sabía que no es posible una sociedad justa aquí (y no por culpa del hombre ni porque este sea malo), pero acercó el cambio. Moisés liberó de la esclavitud a su pueblo por la Tierra Prometida, Jesús comenzó un camino similar para toda la humanidad. Jesús sabía que si los hombres tienen hambre y cadenas, jamás podrán entender la plenitud de la que hablaba. Por eso denuncio y combatió las injusticias y las hipocresías de su época. Intentó acercar a Dios a los hombres, y para eso necesitó empezar a liberarlos aquí y ahora. Y también porque los amaba y no podía verlos sufrir. La última militancia de Jesús y la primera, siempre fue para la vida eterna. Pero lo mataron por revelarse al Imperio Romano, por negarse a pagar los impuestos, por razones políticas. Por que, si bien el no quiso ser un líder político, sabía que la política cambia la vida de los hombres y que tiene un magnifico potencial evangelizador. El pueblo judío podía morir esclavo y de todas maneras hubiesen sido perdonados por Dios, luego de su Venida. Pero no, Él quiso que conozcan la libertad en esta materialidad. Y le habló a Moisés. Jesús no quería ser un líder político, pero por eso lo siguieron sus discípulos, por eso lo mataron y eso es lo que fue y será.
Hoy Dios nos dice que amemos a los hombres, pero sabe que no podemos hacerlo en un sistema represivo y de violencia institucionalizada. Sabe que no puede amar un hombre que tiene hambre. Sabe que no se puede amar en un sistema que nos jerarquiza, que nos define por lo que consumimos, que nos atomiza, nos separa y nos somete. El capitalismo separa a los hombres, y dificulta cada vez más la tarea amorosa de los misioneros. No es posible amar plenamente a un jefe o a un empleado. Porque existe la explotación, aunque sea disimulada. Porque existe la injusticia, aunque sea callada.
El buen misionero debe esforzarse mucho por amar, a pesar de todo esto. Pero también debe asumir su rol político. Trabajar con una lógica de la construcción de la libertad, y no de la destrucción de la injusticia –solamente-. Debe amar la libertad y a todos los postergados, ponerse siempre del lado del débil, y conseguirla,  aunque vaya contra sus propios intereses personales, o hasta catequéticos.
El buen misionero no puede estar nunca cómodo en una sociedad injusta, y su más profundo deseo debe ser que cada hombre sea feliz; y sabe que no es posible sin la liberación de los pueblos.
La militancia del misionero es frustrante y maravillosa. Desea muchísimo otra sociedad, lo más parecida al Reino de Dios, dónde el único Amo y Patrón sea Dios, que por su amor infinito, se hace nuestro siervo, nuestro esclavo, y dónde todos somos obreros, plenos, y libres, hechos reyes. Tanto la desea que la construye, aunque sea tan difícil como caminar en el agua, aunque sepa que nunca la verá desde aquí. Pero sabrá que dio su vida por la empresa más grande de toda la historia: la Emancipación y la Salvación.
Todo cristiano es misionero, y junto con todos los que nos ayuden en revolución de Cristo.

sábado, 2 de abril de 2011

El Temor a la Verdad

Esta es la primera entrada del blog. No sé quién leerá esto. No sé si me importa demasiado. Sólo voy a escribir.
De todas maneras voy a dejar en claro algunas cosas. Para comenzar, si yo entrara a un blog que se llama "el temor a la verdad" lo primero que pensaría es "quién se cree este gil, que sabe cual es la verdad". Para ser sincero, no creo tener razón en prácticamente nada. Pero defiendo mis pequeñas opiniones y las hecho a la luz -no todas- para que sean atacadas, y tenga yo que ir a ayudarlas. O que sean bien recibidas y tenga yo que inflar mi pecho.
El título del blog, o su dirección, es sencillamente por un artículo homónimo del padre Carlos Múgica, que si bien no dice tanto, resuena mucho en mi cabeza. Y es el mínimo homenaje que puedo hacerle.
Por otro lado sí creo que le tememos a la verdad, por que ella nos obliga siempre a estar incómodos, nos moviliza y nos obliga a transformar los ojos con los que vemos a la realidad, o a transformar la realidad.
Con este blog pretendo meditar sobre la verdad. No sé si a transformar algo, porque le temo mucho a la verdad, pero si a pensarlo. Espero poder algún día, destruir ese miedo, y realmente transformar algo. Mientras tanto, hablo de ello, para que otro más valiente venga a zamarrearme (o cómo se escriba).
Dije estar incómodos, porque la libertad es incómoda, pero creo yo, es la experiencia más plena que puede vivir cualquier ser. Es decir, decidir sobre nuestras vidas libremente, sin ataduras,sin opresiones, aunque el deseo sea entregarnos con moño y todo, a un opresor. (Y todas las instancias intermedias).
Pero cómo dijo el Jesús de San Juan, la verdad nos hará libres. Que quiere decir con eso, no lo puedo saber, pero hay algo que me permito pensar. Y es que la idea es que se salva quien conoce a Dios. Quienes guardan las palabras de Jesús. Y a decir verdad, a pesar de los enojos de Jesús, todos conocemos a Dios, o por lo menos todos tenemos imágenes de Dios. Ateos, agnósticos, creyentes u otros. Todos tenemos imágenes de Dios. Es por eso que Múgica dice, que para los católicos Dios se manifiesta a través de muchos autores, como los santos autores, o también Einstein, Freud o Marx, apesar de ellos mismo -exeptuando a Einstein-. Entonces es buscar esas imágenes y guardarlas, las verdades que nos hacen libres. Porque cómo la Verdad es infinita, las verdades serán también infinitas. Y todas posibles imágenes de Dios. Y todas libertarias en potencia (aunque incompletas, y parcialmente erráticas).
Yo quiero aportar una imagen más de Dios. No sé si nueva, pero mía.
Porque sé que todos tenemos una porción de la Verdad, y aunque no podamos juntarlas sumando sus partes,  sé que todos seremos liberados por atesorar esa pequeña verdad.
Este blog hablará de Dios, de los hombres y de sus verdades, de la realidad, de las transformaciones, de las injusticias, de las esperanzas, y de todos lo que concidere que sirva para salir de este Gehena. Quizás en un tiempo me arrepienta de esto, pero hoy creo que es necesario, porque sé que todos, apesar de todo, seremos salvados.
Espero que atancan o bien reciban mis pequeñas verdades, o si lo desean seanles indiferentes. Queda en ustedes.